sábado, 20 de abril de 2013

Capriles dio la sorpresa

La impresionante demostración de fuerza del candidato opositor venezolano Henrique Capriles en las elecciones del domingo —a pesar de un injusto proceso electoral en el que su rival disfrutó de todas las ventajas— ha convertido al ganador oficial Nicolás Maduro en un presidente electo políticamente débil.
De acuerdo con los resultados oficiales anunciados por la oficialista directora del Consejo Nacional Electoral, el presidente en funciones Nicolás Maduro —heredero político del presidente Hugo Chávez— ganó con el 50.6 por ciento del voto, mientras que Capriles recibió un 49 por ciento.
Pero incluso si ese resultado fuera correcto —Capriles no lo reconoció y esta exigiendo un recuento—, Maduro fue proclamado ganador con un escaso margen de victoria del 1.6 por ciento, que fue significativamente menor que el de un 10.8 por ciento que obtuvo Chávez en las elecciones de octubre.
Esto significa que casi 700,000 de los que votaron por Chávez en las elecciones pasadas lo hicieron en esta ocasión por Capriles, o que Capriles fue capaz de atraer a cientos de miles de votantes que se habían abstenido en los pasados comicios.
El poder de convocatoria de Capriles fue impresionante, si consideramos que tuvo que lidiar con una formidable maquinaria estatal al servicio de Maduro, y que tuvo que hacer campaña con reglas electorales que el gobierno hizo a la medida para asegurar la victoria de Maduro. No fue en vano que Capriles dijo que esta era una contienda de David contra Goliat.
El gobierno de Maduro convocó a estas elecciones casi inmediatamente después de la muerte de Chávez para beneficiarse del sentimiento de solidaridad nacional hacia el fallecido presidente. Maduro no sólo usó los enormes recursos estatales del monopolio petrolero estatal PDVSA para financiar su campaña, sino que controló la mayoría de los medios de comunicación.
Bajo las reglas de la elección, el candidato de oposición sólo podía usar cuatro minutos diarios de propaganda televisiva pagada por canal de televisión, mientras Maduro podía utilizar 14 minutos, sin contar las interminables cadenas nacionales que hacía casi a diario en su calidad de presidente en funciones.
También, el gobierno presionó a los empleados públicos —cuya cifra ha crecido de los 800,000 cuando Chávez asumió la presidencia en 1999, a 2.4 millones hoy en día— a votar por Maduro, e intimidó a los votantes de oposición a que no sufragaran, al difundir rumores de que las máquinas automáticas de votación podían identificar a quienes votaban por Capriles.
El ministro de Defensa, Diego Molero, cuyas fuerzas armadas estaban a cargo de custodiar los colegios electorales, dijo en una ceremonia pública el 7 de marzo que las fuerzas armadas de Venezuela “son revolucionarias, antiimperialistas, socialistas y chavistas”, un mensaje poco velado destinado a intimidar a los votantes opositores, o a convencerlos de que no valía la pena votar porque los militares no permitirían una victoria de la oposición.
Aun así, a pesar de estos y otros obstáculos, Capriles recibió casi la mitad o más de los votos, según a quien queramos creer. Según la oposición, recibió más del 50 por ciento.
Y Maduro fue tan mal candidato que su propio lugarteniente, Diosdado Cabello, concedió en un tweet después de la votación del domingo que las fuerzas gubernamentales necesitaban llevar a cabo “una profunda autocrítica” de su campaña.
Tanto Maduro como la presidenta del Consejo Nacional Electoral de Venezuela, Tibisay Lucena, mencionaron las elecciones estadounidenses del 2006 ganadas por George W. Bush y las del 2006 ganadas por el mexicano Felipe Calderón como ejemplos de victorias por un margen aún menor, que no impidieron que los respectivos ganadores sirvieran sus términos.
Lo que Maduro y Lucena no dijeron es que la victoria de Bush fue aceptada por su rival demócrata después de un recuento, y que la de Calderón fue respaldada por las misiones observadoras internacionales que supervisaron todo el proceso electoral durante meses, incluido el acceso a la televisión, mientras que el gobierno venezolano sólo permitió “acompañantes electorales” de países amigos, quienes llegaron poco antes de las elecciones en misiones de turismo político para presenciar el voto del domingo.
Mi opinión: Hay serias dudas sobre la legitimidad de Maduro, que aumentan cada hora.
Si Maduro está tan seguro de que ganó, ¿por qué adelantó la proclamación oficial de su victoria, en vez de esperar el recuento total del voto que él mismo había prometido en su discurso de victoria el lunes por la madrugada?
Si no tiene dudas de que sacó mas votos, ¿por qué se hizo proclamar presidente en una ceremonia “express’’ en vez de hacer el recuento de votos que demandaba Capriles —y que apoyaron la Unión Europea, Estados Unidos y otros países— que, de convalidar los resultados, le podría haber dado total legitimidad a su gobierno?
El motivo del repentino cambio de opinión de Maduro sobre el recuento de votos podría ser que sabe que no ganó, o que teme que los 3,200 casos de violaciones electorales que documentó la oposición podrían cam
biar los resultados oficiales.
¿Qué pasará ahora? Maduro comenzará a denunciar diariamente presuntas conspiraciones nacionales e internacionales contra su gobierno —como sus cotidianas acusaciones sin prueba alguna de que Washington inoculó el cáncer a Chávez— en un intento de desviar la atención de su cuestionada legitimidad.
También silenciará a Globovisión, la última cadena televisiva antichavista, que según informes de prensa ha sido vendida a empresarios cortesanos del gobierno, con la esperanza de que una censura más estricta le permita mantenerse en el poder.
Pero el hecho es que la oposición de Venezuela ha surgido fortalecida de la votación del domingo, y que será difícil para Maduro imponer una dictadura al estilo cubano en Venezuela.
A menos que permita un recuento total de la votación, como él mismo prometió en su discurso después de la votación, Maduro comenzará su mandato con un aura de ilegitimidad, y su gobierno populista podría implosionar pronto bajo la presión de una economía que está colapsando, divisiones internas dentro del chavismo y una oposición revitalizada.  Andres Oppenheimer 

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