Con una inflación récord en Latinoamérica y un índice de criminalidad sin precedentes, la mejor apuesta del presidente interino de Venezuela, Nicolás Maduro, será basar su campaña electoral en la memoria del fallecido presidente Hugo Chávez, y profundizar su enfrentamiento con Washington. Y ya ha empezado a hacerlo.
El martes, poco después de anunciar la muerte de Chávez, Maduro –candidato del gobierno de Venezuela para las elecciones que deberán celebrarse en los próximos 30 días- sugirió que Estados Unidos había “inoculado” con cáncer al fallecido presidente Chávez. Al mismo tiempo, expulsó a dos diplomáticos estadounidenses del territorio Venezolano.
Al realizar esas afirmaciones, Maduro ya estaba de lleno en campaña. El presidente interino, un ex chofer de ómnibus y líder sindical designado por Chávez como su heredero político, necesita forjarse una imagen de líder “antiimperialista” de línea dura, como Chávez, tanto para mantener unido al movimiento chavista como para convertirse en el paladín de la defensa de la soberanía venezolana frente a una imaginaria amenaza norteamericana, dicen en Washington.
Los funcionarios del gobierno del Presidente Obama niegan rotundamente haber causado la enfermedad de Chávez, calificando de “absurdas” esas acusaciones.
Curiosamente, apenas el año pasado, Maduro y la funcionaria de más alto rango del departamento de Estado para asuntos latinoamericanos, Roberta Jacobson, habían mantenido una conversación telefónica sobre la posibilidad de mejorar las relaciones bilaterales.
El 21 de noviembre pasado, Jacobson llamó a Maduro, quien aceptó el llamado, y durante la conversación el entonces vicepresidente venezolano sugirió la posibilidad de reponer a los embajadores de ambos países. Jacobson, a su vez, respondió que Estados Unidos prefería un acercamiento gradual antes de intercambiar embajadores, empezando con medidas de cooperación en antiterrorismo y lucha contra el narcotráfico, según me dijo Jacobson en diciembre.
Tras la muerte de Chávez, le pregunté a Jacobson por qué creía que Maduro, después de haber propuesto elevar las relaciones bilaterales, ha acusado al gobierno de Estados Unidos de “inocularle” cáncer a Chávez.
“Nos parece realmente desafortunado que en momentos en que estábamos, y estamos, tratando de tener una relación más productiva con Venezuela, ellos usen este tipo de discurso público y expulsen a dos de nuestros diplomáticos”, me dijo Jacobson. “Es una pena. Pero seguimos interesados en mantener una relación productiva con Venezuela”.
Jacobson se negó a hacer especulaciones sobre los motivos de Maduro, pero otros observadores de la situación venezolana en Washington consideran que se trata de una obvia jugada electoral.
Maduro, un ex chofer de ómnibus muy cercano al gobierno militar de Cuba, no tiene el carisma de Chávez ni tiene logros de gestión administrativa en los que apoyarse. Y con índices de inflación y criminalidad alcanzando niveles récord, su mejor opción para ganar las elecciones es capitalizar la popularidad de Chávez, y demostrar que puede ser tan duro con los "gringos’’ como lo fue su mentor, afirman varios analistas en la capital estadounidense.
El martes, poco después de anunciar la muerte de Chávez, Maduro –candidato del gobierno de Venezuela para las elecciones que deberán celebrarse en los próximos 30 días- sugirió que Estados Unidos había “inoculado” con cáncer al fallecido presidente Chávez. Al mismo tiempo, expulsó a dos diplomáticos estadounidenses del territorio Venezolano.
Al realizar esas afirmaciones, Maduro ya estaba de lleno en campaña. El presidente interino, un ex chofer de ómnibus y líder sindical designado por Chávez como su heredero político, necesita forjarse una imagen de líder “antiimperialista” de línea dura, como Chávez, tanto para mantener unido al movimiento chavista como para convertirse en el paladín de la defensa de la soberanía venezolana frente a una imaginaria amenaza norteamericana, dicen en Washington.
Los funcionarios del gobierno del Presidente Obama niegan rotundamente haber causado la enfermedad de Chávez, calificando de “absurdas” esas acusaciones.
Curiosamente, apenas el año pasado, Maduro y la funcionaria de más alto rango del departamento de Estado para asuntos latinoamericanos, Roberta Jacobson, habían mantenido una conversación telefónica sobre la posibilidad de mejorar las relaciones bilaterales.
El 21 de noviembre pasado, Jacobson llamó a Maduro, quien aceptó el llamado, y durante la conversación el entonces vicepresidente venezolano sugirió la posibilidad de reponer a los embajadores de ambos países. Jacobson, a su vez, respondió que Estados Unidos prefería un acercamiento gradual antes de intercambiar embajadores, empezando con medidas de cooperación en antiterrorismo y lucha contra el narcotráfico, según me dijo Jacobson en diciembre.
Tras la muerte de Chávez, le pregunté a Jacobson por qué creía que Maduro, después de haber propuesto elevar las relaciones bilaterales, ha acusado al gobierno de Estados Unidos de “inocularle” cáncer a Chávez.
“Nos parece realmente desafortunado que en momentos en que estábamos, y estamos, tratando de tener una relación más productiva con Venezuela, ellos usen este tipo de discurso público y expulsen a dos de nuestros diplomáticos”, me dijo Jacobson. “Es una pena. Pero seguimos interesados en mantener una relación productiva con Venezuela”.
Jacobson se negó a hacer especulaciones sobre los motivos de Maduro, pero otros observadores de la situación venezolana en Washington consideran que se trata de una obvia jugada electoral.
Maduro, un ex chofer de ómnibus muy cercano al gobierno militar de Cuba, no tiene el carisma de Chávez ni tiene logros de gestión administrativa en los que apoyarse. Y con índices de inflación y criminalidad alcanzando niveles récord, su mejor opción para ganar las elecciones es capitalizar la popularidad de Chávez, y demostrar que puede ser tan duro con los "gringos’’ como lo fue su mentor, afirman varios analistas en la capital estadounidense.
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