Cuando el candidato de la oposición venezolana Henrique Capriles Radonski dice que la elección presidencial del 14 de abril será una lucha de “David contra Goliat”, en la cual el candidato del gobierno contará con una ventaja formidable, no está exagerando.
De hecho, la elección para escoger a un sucesor del fallecido presidente Hugo Chávez será una de las contiendas electorales más desiguales realizada en cualquier país en los últimos tiempos.
Veamos los hechos:
En primer lugar, el presidente encargado y candidato gubernamental Nicolás Maduro ha manipulado la agenda electoral extendiendo las ceremonias póstumas a Chavez durante varias semanas, lo que le da una enorme ventaja propagandística. Maduro se beneficia automáticamente de la deificación de Chávez en los medios controlados por el Estado, y también usa los actos en memoria del ex presidente como plataformas para hacer discursos de campaña transmitidos a todo el país.
En segundo lugar, Maduro ha gozado de mucho más tiempo que Capriles para organizar su maquinaria electoral. Comenzó a preparar su campaña casi dos meses antes, mientras enganaba al país diciendo que la salud de Chávez estaba en franca mejoría, y que, por lo tanto, no haría falta realizar elecciones.
Hasta poco antes de anunciar la muerte de Chávez, Maduro seguía diciendo que el difunto presidente estaba en plena recuperación, y que Chávez incluso presidía reuniones de gabinete desde su lecho de enfermo en Cuba. Cuando algún periodista ponía en duda estas afirmaciones, Maduro lo acusaba de ser un “lacayo del imperio”.
En tercer lugar, Maduro tendrá una ventaja de más de 10 a 1 en el tiempo de propaganda asignada a cada candidato en la televisión.
El candidato de oposición solo tendrá derecho a cuatro minutos diarios de avisos pagos por canal de televisión. Maduro, en cambio, podrá usar esos mismos 4 minutos, además de 10 minutos adicionales diarios de publicidad institucional reservada para el gobierno, sumado a las “cadenas” de televisión que realiza constantemente en su calidad de presidente. Si contamos todo esto, la ventaja de Maduro en tiempo televisivo sera más cercana al 100 a 1.
En cuarto lugar, hasta el momento de escribirse estas líneas, el gobierno no ha accedido al pedido de Capriles de realizar un debate público, televisado, entre los dos candidatos.
En quinto lugar, el gobierno no ha dado tiempo para que se revisen los padrones de votantes registrados.
Venezuela tiene un número inusualmente alto de votantes registrados —casi 19 millones en un país de 29 millones de habitantes–, lo que hace que muchos opositores sospechen que funcionarios cubanos que están oficialmente a cargo del sistema de identificación nacional de Venezuela hayan dado más de una tarjeta de votante a los empleados públicos partidarios del gobierno.
En sexto lugar, la intimidación gubernamental es abierta. El ministro de defensa de Venezuela, Diego Molero, cuyas fuerzas armadas estarán a cargo de proteger los lugares de votación el día de las elecciones, dijo en una ceremonia pública el 7 de marzo que la Fuerza Armada Nacional Bolivariana de Venezuela es “revolucionaria, antimperialista, socialista y chavista”. Eso va a mantener alejados de las urnas a muchos opositores, especialmente en zonas rurales donde el ejército prácticamente controla la votación.
Además, muchos venezolanos creen que las máquinas biométricas instaladas en los lugares de votación son capaces de identificar a los votantes opositores. Aunque eso difícilmente sea cierto, el gobierno alienta esos rumores para intimidar a los opositores, según la oposición.
En séptimo lugar, el gobierno no permitirá observadores internacionales en esta elección, como las misiones electorales de la Unión Europea o de la Organización de Estados Americanos. En cambio, sólo permitirá una “misión de acompañamiento” electoral de UNASUR, el grupo regional sudamericano que Chávez contribuyó a crear, y que ha servido de foro regional para sus iniciativas.
Hay una gran diferencia entre observadores y “acompanantes” electorales. Mientras los primeros hacen una evaluación sistemática de todo el proceso electoral —incluido el acceso a los medios— desde varios meses antes de una elección, los segundos llegan la país unos pocos días antes, y solo observan el acto electoral.
En octavo lugar, las autoridades electorales venezolanas, como todo el sistema de justicia, son una broma. El Consejo Nacional Electoral y el Tribunal Supremo están a cargo de chavistas. Y la procuradora general de Venezuela es la mujer de Maduro.
Mi opinión: Las elecciones del 14 de abril serán una contienda de David versus Goliat, pero con David subiéndose al ring con las manos atadas.
Por supuesto que Capriles tiene que presentarse, y dar la batalla, porque no hacerlo sería un desastre para la oposición: desmantelaría su aparato electoral y le cedería todo el terreno al gobierno.
Pero si Maduro gana, como es probable, sería absurdo que el mundo juzgue el resultado de estas elecciones como una prueba de que el chavismo es inmensamente popular en Venezuela.
De hecho, la elección para escoger a un sucesor del fallecido presidente Hugo Chávez será una de las contiendas electorales más desiguales realizada en cualquier país en los últimos tiempos.
Veamos los hechos:
En primer lugar, el presidente encargado y candidato gubernamental Nicolás Maduro ha manipulado la agenda electoral extendiendo las ceremonias póstumas a Chavez durante varias semanas, lo que le da una enorme ventaja propagandística. Maduro se beneficia automáticamente de la deificación de Chávez en los medios controlados por el Estado, y también usa los actos en memoria del ex presidente como plataformas para hacer discursos de campaña transmitidos a todo el país.
En segundo lugar, Maduro ha gozado de mucho más tiempo que Capriles para organizar su maquinaria electoral. Comenzó a preparar su campaña casi dos meses antes, mientras enganaba al país diciendo que la salud de Chávez estaba en franca mejoría, y que, por lo tanto, no haría falta realizar elecciones.
Hasta poco antes de anunciar la muerte de Chávez, Maduro seguía diciendo que el difunto presidente estaba en plena recuperación, y que Chávez incluso presidía reuniones de gabinete desde su lecho de enfermo en Cuba. Cuando algún periodista ponía en duda estas afirmaciones, Maduro lo acusaba de ser un “lacayo del imperio”.
En tercer lugar, Maduro tendrá una ventaja de más de 10 a 1 en el tiempo de propaganda asignada a cada candidato en la televisión.
El candidato de oposición solo tendrá derecho a cuatro minutos diarios de avisos pagos por canal de televisión. Maduro, en cambio, podrá usar esos mismos 4 minutos, además de 10 minutos adicionales diarios de publicidad institucional reservada para el gobierno, sumado a las “cadenas” de televisión que realiza constantemente en su calidad de presidente. Si contamos todo esto, la ventaja de Maduro en tiempo televisivo sera más cercana al 100 a 1.
En cuarto lugar, hasta el momento de escribirse estas líneas, el gobierno no ha accedido al pedido de Capriles de realizar un debate público, televisado, entre los dos candidatos.
En quinto lugar, el gobierno no ha dado tiempo para que se revisen los padrones de votantes registrados.
Venezuela tiene un número inusualmente alto de votantes registrados —casi 19 millones en un país de 29 millones de habitantes–, lo que hace que muchos opositores sospechen que funcionarios cubanos que están oficialmente a cargo del sistema de identificación nacional de Venezuela hayan dado más de una tarjeta de votante a los empleados públicos partidarios del gobierno.
En sexto lugar, la intimidación gubernamental es abierta. El ministro de defensa de Venezuela, Diego Molero, cuyas fuerzas armadas estarán a cargo de proteger los lugares de votación el día de las elecciones, dijo en una ceremonia pública el 7 de marzo que la Fuerza Armada Nacional Bolivariana de Venezuela es “revolucionaria, antimperialista, socialista y chavista”. Eso va a mantener alejados de las urnas a muchos opositores, especialmente en zonas rurales donde el ejército prácticamente controla la votación.
Además, muchos venezolanos creen que las máquinas biométricas instaladas en los lugares de votación son capaces de identificar a los votantes opositores. Aunque eso difícilmente sea cierto, el gobierno alienta esos rumores para intimidar a los opositores, según la oposición.
En séptimo lugar, el gobierno no permitirá observadores internacionales en esta elección, como las misiones electorales de la Unión Europea o de la Organización de Estados Americanos. En cambio, sólo permitirá una “misión de acompañamiento” electoral de UNASUR, el grupo regional sudamericano que Chávez contribuyó a crear, y que ha servido de foro regional para sus iniciativas.
Hay una gran diferencia entre observadores y “acompanantes” electorales. Mientras los primeros hacen una evaluación sistemática de todo el proceso electoral —incluido el acceso a los medios— desde varios meses antes de una elección, los segundos llegan la país unos pocos días antes, y solo observan el acto electoral.
En octavo lugar, las autoridades electorales venezolanas, como todo el sistema de justicia, son una broma. El Consejo Nacional Electoral y el Tribunal Supremo están a cargo de chavistas. Y la procuradora general de Venezuela es la mujer de Maduro.
Mi opinión: Las elecciones del 14 de abril serán una contienda de David versus Goliat, pero con David subiéndose al ring con las manos atadas.
Por supuesto que Capriles tiene que presentarse, y dar la batalla, porque no hacerlo sería un desastre para la oposición: desmantelaría su aparato electoral y le cedería todo el terreno al gobierno.
Pero si Maduro gana, como es probable, sería absurdo que el mundo juzgue el resultado de estas elecciones como una prueba de que el chavismo es inmensamente popular en Venezuela.
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